Enrique Pérez Escrich fue un escritor de
folletines valenciano del siglo XIX (1829-1897), tal vez injustamente olvidado
por su estilo, demasiado influido por el catolicismo, pero cuyas novelas –como
la que tratamos- fueron muy leídas, el autor habla de 10.000 suscriptores, que
podrían equivaler a unos 30.000 lectores. Para un país que entonces tenía un
altísimo índice de analfabetismo no está nada mal. No era Baroja ni Pérez
Galdós, pero su ventaja respecto a ellos es que vivió en primera persona algunos
acontecimientos que trata con perspectiva de primera mano en sus novelas, como
las guerras civiles carlistas.
Estrenada en el teatro en 1858, y publicada
para el gran público en 1874, como acabo de comentar, fue criticada por sus
valores religiosos, que ya aparecen en el propio título de la novela, aunque el
autor se defendiera diciendo que sus novelas «tienen el color político del
Evangelio». La historia es bastante simple y tiene lugar en 1837, cuando Roque
(que no por azar lleva un nombre milagrero), huérfano y ahijado de un cura de
aldea, el Padre Juan, sale de El Carrascal del Obispo, pueblo imaginario que el
autor ubica en la comarca de Béjar (Salamanca), para enrolarse en el ejército
cristino, más conocido como los liberales o negros,
que andan en guerra con los carlistas o facciosos. El apodo de negros parece responder a la indumentaria que algunos portaban, un abrigo de ese fúnebre color.
Roque sufre diversas desventuras, entre ellas
localizar a su propio y desconocido padre biológico –que diríamos hoy- en las
inmediaciones de Morella, tras la batalla de Maella, en la que perdió la vida
el General Pardiñas a manos de Cabrera, el
Tigre del Maestrazgo, y que
supuso uno de los mayores éxitos del carlismo. Como valenciano, Pérez Escrich
conoce bien los lugares que novela, e incluso narra cómo se desplazó por la
zona con paisanos bien conocedores del terreno.
La novela recoge unas memorias verídicas de
la primera guerra carlista en la que se acusa a los soldados de Cabrera de
numerosas atrocidades durante el cautiverio de los presos liberales en el
maltrecho convento de Benifasá, incluso se habla de canibalismo entre los
presos por la inanición a que les tenían sometidos sus capturadores. Este
testimonio se atribuye al escribano de Vinaroz, don Juan de la Cruz Cabello,
que formaba parte del ejército de Pardiñas, y que estuvo esperando el canje
durante seis largos meses.
Acompaño a este breve texto algunas imágenes
de la novela, rescatadas de una antigua edición, que cuenta con más de un siglo
de antigüedad. Tal vez el dueño del vetusto ejemplar tuvo problemas políticos con los carlistas, pues en todas las imágenes en que éstos aparecen -generalmente tocados con sus características gorras rojas- alguien les rasgó la cara, como se puede apreciar.
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