En los montes valdeorreses es posible encontrar una gran variedad de setas o cogomelos, como el de la imagen. El dicho popular gallego es "choupín, choupiñeiro, dime ónde está o teu compañeiro", pues generalmente se encuentran por parejas, como si tuvieran miedo a la soledad. El nombre científico de este ejemplar es Macrolepiota Procera, y cocinada a la sartén tiene un sabor delicioso; para los profanos, decir que es muy fácil de identificar debido a su largo pie, y a su gran sombrero, extraordinariamente carnoso.
Ahora, que las setas están tan de moda en los restaurantes, y que los denominados Boletus son tan apreciados, hay que decir que Boletus Edulis, quiere decir simple y llanamente "seta comestible", así que esta Macrolepiota podría pasar perfectamente por un Boletus, aunque no tenga el mismo aspecto.
Y es que nos encanta vestir con nombres pomposos a las cosas más simples, y pocas cosas hay más simples que una seta.
Desde el Pacio subo por el camino de Alzapernas (otro nombre simple que evidencia un notable esfuerzo físico), para visitar los viejos molinos harineros de pizarra, hundidos, abandonados, escondidos entre las silvas y los tojos como ruinas mayas. Parece increíble que a mediados del siglo XVIII funcionasen una docena de ellos moliendo centeno. Atravieso el puente de Pérez, que no tiene petril y cuyo paso no se recomienda a quien padezca de vértigo, y me pierdo entre la maleza hasta descubrir un sendero vigoroso, a modo de calzada romana, con robustas lascas de pizarra. Tengo que gatear, me hago un siete en el pantalón del chándal, pero finalmente llego a un molino que todavía conserva parte de su estructura de lousas, y su piedra molinar.
Tras un breve reconocimiento del lugar, caigo en la cuenta de que está anocheciendo, y de que si tomo un camino equivocado, o caigo accidentalmente por el barranco, probablemente nunca se descubriría mi cadáver, y pienso en una retirada prudente, lamentando el abandono del lugar. Hace cincuenta años todavía por allí transitaban los carros, esos carros gallegos con ruedas macizas de madera de castaño, y hoy tengo que gatear para poder alcanzar mi objetivo.
Vuelvo por el puente de Pérez, que debió tomar el nombre de alguno de los propietarios de los molinos, y disfruto del olor a higuera en un recodo del camino, caminos azules, pizarrosos, que llevan a viñedos montaraces, recién vendimiados. Es un remanso de paz, tan aislado, tan puro, hasta el Mopu ha cortado el túnel de acceso a Valdeorras desde el Bierzo, como si así quisiera preservar la riqueza del valle. Y al menos hasta 2013 no lo abre. El Sil y sus afluentes auríferos, que dieron nombre a toda una provincia, Orense, rebautizada como Ourense por mor de la estúpida normalización lingüística. Para mí es este el único oro que le queda a Orense, también castigada por la despoblación y el aislamiento.
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