Las bodegas de Quintanilla



La comarca Arlanza es pródiga en gentilicios curiosos: gerberos, gallareros, cascajuelos, raneros, vardaliegos, machuchos… el de Quintanilla de la Mata es brujos, y ya lo recogía el etnógrafo Domingo Hergueta en su libro «Folklore burgalés» de 1934:
Villalmanzo pa damas,
Lerma pa putas;
Quintanilla (de) la Mata
Todas las brujas.

Quintanilla la Mata
Lugar de bueyes,
Donde se crían chicas
Como claveles.

Quintanilla la Mata
Dichoso lugar
Donde perros ni gatos
Quieren parar.

Podría aludir este gentilicio brujeril a la antigua presencia en el pueblo de curanderas, de lo que no cabe duda es del temor reverencial hacia esta figura en toda la comarca, y de la que ya en otras ocasiones he hablado. Todo lo malo se achaca a un origen común: las brujas y el mal de ojo, por lo que son frecuentes todo tipo de amuletos contra ellos: cartillas, cruces, hexapétalas…


Una de las características por las que es más conocido Quintanilla es por sus bodegas, hace años hice un bosquejo de inventario, y me salieron 65 bodegas exentas y un número similar de merenderos, más que viviendas hay en el pueblo. Bodegas y lagares se asientan sobre un cotarro a la entrada del pueblo desde Lerma, y en su mayoría tienen orientación al Este, hacia el monte de la Andaya. Aunque la producción de vino hoy por hoy es casi testimonial, en tiempos representó la principal riqueza del pueblo, con una producción estimada de 20.000 cántaras, 320.000 litros «de la mejor calidad».



El origen de este conjunto de profundas bodegas, alguna de ellas alcanza hasta los treinta metros de longitud, puede estar en el siglo XVI, por cuanto en 1589 existe un pleito en la Real Chancillería de Valladolid, entre el Concejo de Quintanilla y su alguacil, Alonso de Salas, «sobre el derecho del Concejo a dar licencia a diversos vecinos para hacer unas cuevas en las que guardar el vino». Ciertas meriendas bien regadas por los vinos de la tierra alteran los ánimos, como le ocurrió a Manuel Gutiérrez, vecino de Quintanilla, que entabló pleito contra Pedro Pérez, cirujano y barbero asalariado por el Concejo, y que además era su cuñado; le acusó de que el 29 de junio de 1717, al ponerse el sol y estando el querellante en las bodegas del citado lugar, en presencia de más de treinta personas, le llamó pícaro y ladrón público.



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