16 de julio de 1910: fecha «fatídica»
que aún nos recuerda un monolito de piedra caliza con una piadosa cruz inscrita,
situado en el centro de un campo de cereal en el pago de los Hondones, dentro
de la finca de la Andaya, un lugar que todavía conserva parte de su manto
boscoso a pesar de las roturaciones en masa del último siglo; dos tercios de
este monte de la Andaya pertenecen a Lerma, mientras una tercera parte entra en
el término de Quintanilla de la Mata. La leyenda de piedra reza que en ese
mismo lugar fue abatido por arma de fuego el guarda de campo Ramón Balbás Esteban,
«traidoramente asesinado. Los dueños de la finca ruegan le encomienden a Dios».
¿Cómo ocurrieron los hechos? No
hemos encontrado testimonios escritos en los periódicos de la época, así que
nos limitaremos a ofrecer la versión oral de este asesinato. Algún tiempo antes
del suceso, un cazador furtivo fue herido de muerte –voluntaria o
involuntariamente, lo ignoramos- por el mencionado guarda Ramón Balbás, que se encontraba
al servicio del Conde de Lascoiti, dueño entonces de la finca de la Andaya. El
título nobiliario de la baronía de la Andaya había sido creado en 1891 durante
la minoría de edad del rey Alfonso XIII (uno de los más calamitosos monarcas
que ha sufrido este país), a favor de don José Patricio Fernández de Lascoiti y
Sancha, a la sazón Licenciado en Derecho y Senador del reino por las provincias
de Huesca e Islas Baleares; su madre, la Muy
Ilustre Señora Doña Úrsula Sancha y Herrera, marquesa de Sancha, descansa
en un noble panteón, en el cementerio de Lerma, se le concedió este marquesado
en 1876 (que continuaría en la persona de su hija, Purificación Fernández de
Lascoiti). En la baronía de La Andaya, le sucedió el hijo del anterior, don José
Fernández de Lascoiti y Jiménez, en 1907 (y hasta 1936). Al parecer, y
volviendo a los luctuosos hechos que nos trataban, el conde de Lascoiti
protegió al guarda por su acción ante las autoridades judiciales, pero lo que
no pudo evitar fue la emboscada en la que cayó éste por venganza de la muerte
anterior, y que todavía se recuerda en el monolito.
Según el Servicio de Recuperación
de Archivos de la Diputación Provincial, después de Balbás, fueron nombrados
guardas particulares jurados del Monte de la Andaya los sres. Justo Obregón
Andrés, oriundo de Villalmanzo, en 1913; Emiliano Cabañes Lope, en 1934;
Eusebio Barbero Santillán, en 1940; y Marcial Pérez Ortega, en 1954.
El verdadero asesino confesó su
fechoría en el lecho de muerte años después, para de esta forma exculpar a
cualquier otro inculpado, pues el crimen nunca se llegó a resolver, admitiendo
que se debió a una venganza por la muerte de su padre, «no busquéis a un
inocente, que he sido yo», debieron ser las últimas palabras del hombre que
acabó a sangre fría con Balbás. El suceso tuvo lugar la víspera de la boda en
Quintanilla de la señora doña Avelina Mena Rodríguez, que debía dirigirse a la
Andaya para comprar unos conejos y unas gallinas, y de este modo obsequiar a
los invitados de la ceremonia, por lo que fue interpelada por las autoridades. Ramón
Balbás contaba con 60 años de edad, era natural de Villovela de Esgueva, y se
hallaba casado con Rosa Beltrán, con la que tuvo seis hijos. Hay que pensar que
toda aquella zona sería mucho más boscosa en 1910, tender una emboscada entre
dos fuegos era casi como coser y cantar. La pátina del tiempo en forma de
líquenes cubre la memoria de este suceso luctuoso en los anales de Quintanilla
de la Mata.
Panteón de la marquesa de Sancha, en Lerma |
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