Una de las cuestiones más peliagudas
que se pueden plantear a un residente en Capiscol, es si su barrio forma parte
de Gamonal, o si tiene identidad propia; lo de la idiosincrasia de Capiscol,
creo que es algo que nadie puede discutir, aunque también resulta evidente que
su identidad es más próxima a la de Gamonal que a la del resto de la ciudad.
Hermanado con su barrio espejo
por la fealdad de sus construcciones y su elevada densidad demográfica, el
descomunal silo agrícola, o la iglesia del Salvador, son dos claros ejemplos de
estos dislates. No cabe duda de que históricamente Capiscol ha estado más
vinculado al Camino de Santiago que Gamonal, los peregrinos venían siguiendo el
curso del río Vena desde Ibeas hasta la ciudad de Burgos, y buena prueba de
ello es el viejo Hospital, cuyas tapias y ventanales de sillares bien
escuadrados aún son visibles en las traseras del barrio, junto al encauzado río
Pico, no lejos del frío polideportivo Mirasierra, que se construyó en los
ochenta, cuando el balonmano era un deporte popular en Burgos y los duelos con
Aranda echaban chispas.
Capiscol es la avanzadilla del
parque de Fuentes Blancas, con sus boleras, sus runners, y sus vetustos bares de la calle San Juan de Ortega, donde
los jubilados almuerzan bocadillos de bonito con cebolla y anchoas, o arenques
al natural, aderezados con un chato de vino peleón o un chico-chica. Un barrio a la sombra de Indupisa, la peletera que se estableció en Capiscol en 1942, y que
cerró sus puertas en 2007, una de las primeras víctimas en la capital de la
crisis económica que todavía nos atenaza. Capiscol termina donde empieza la
tapia de la Ciudad Deportiva Militar o Deportiva,
uno de los últimos reductos de los privilegios del ejército en la ciudad, que
enajena cuarteles a golpe de talonario, contribuyendo al festín inmobiliario de
la Caput Castellae.
A las inmediaciones del silo,
acudíamos los hijos de los primeros pobladores del (nuevo) Gamonal a comer la
merienda, nos sentábamos en el talud de la vía muerta, rodeados de las
escombreras de la vidriera, a donde acudíamos los niños a buscar restos de
envases de vidrio de colores: botellas, frascos, ceniceros... Recuerdo que un
día apareció por aquella vía muerta una locomotora de verdad, pitando a diestro
y siniestro para no llevarse por delante a una generación entera de niños de
Gamonal; aquella vía debía llevar al silo, y sólo unos metros más allá se
encontraba la vía del tren de verdad, cuyos cables de alta tensión zumbaban
cada vez que se acercaba un expreso. El pitido del ferrocarril se oía desde la
calle Vitoria. Han cambiado muchas cosas desde entonces, al tren lo han
desterrado y hoy es casi una curiosidad arqueológica para turistas; en poco
tiempo los que mandan nos han privado del ferrocarril directo Burgos-Madrid, y del
Santander-Mediterráneo (si bien este último nunca llegó a comunicar ambos
puntos). Por Capiscol ya no pasa el tren.
Antiguo Hospital de Peregrinos de Capiscol
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