La pomposa denominación del lugar de Torrecitores del Enebral, se apocopa en toda la comarca Arlanza como "La Torre". Para ello mucho tiene que ver el ostentoso torreón del siglo XIV, que domina los infinitos campos de cereal del cercano Cerrato palentino.
En Torrecitores se dan cita el día dos de julio de cada año (actualmente el primer domingo de este mismo mes) peregrinos, ofrecidos y gente curiosa de toda la comarca, en una romería muy poco convencional, que tiene más de milagrería o idolatría, que del puro hecho religioso o devocional. Y para ello no hay más que ver los abundantes exvotos que jalonan la pequeña ermita de la Virgen de las Tribulaciones y Paz Interior. Una talla que es sacada en procesión junto a las cruces y pendones, y a un pequeño San Miguel o San Miguelito, que con una mano sujeta la balanza de la justicia, mientras que con la otra alancea sin piedad al demonio, que se retuerce bajo la sobrenatural fuerza del arcangelillo justiciero.
Quizá la romería de La Torre fuera una procesión más del calendario nacional, tan pródigo en estas manifestaciones, casi tantas como núcleos humanos, si no fuera porque uno de los estandartes no es otro que el de la enérgica reina consorte Isabel de Farnesio, noble y elevadísima cofrade de origen parmesano, que matrimonió con Felipe V y parió al ilustrado Carlos III, que promovería obras públicas que poco tenían que ver con estos ritos cuya raíz se pierde en los albores del paganismo.
Y es que las mismas imágenes que nos escandalizan cuando en las procesiones rocieras se coge en volandas a los niños para pasarles bajo el manto de la virgen, se repiten -a menor escala- en este olvidado rincón de Castilla, a donde acuden (o acudían) los "ofrecidos" completamente descalzos, y algunos arrodillados como agradecimiento por el cumplimiento de una promesa; o donde se izan a los infantes para que la gracia protectora de la Virgen de las Tribulaciones les libre de enfermedades y aojamientos.
Los más devotos se agarran con fuerza a la carroza de la Virgen, mientras que otros esperan con paciencia su turno hasta el final de la romería para pasar por el manto de la Virgen los objetos más diversos: una flor, el bolso, un libro de texto, un ordenador portátil... lo más común es pasar una cartera con dinero, como si éste fuera a multiplicarse por la intercesión divina.
Al menos, la procesión anual atrae y anima por un día a paisanos y visitantes, que se toman un vermú en el cásico chamizo-cochera, mientras la orquesta interpreta pasodobles y los pícaros almendreros hacen sonar ruidosamente su bote con los dados cargados, "¡arriba que levanto!".
(Más información en mi libro "Arlanza Mágica y Embrujada")
En Torrecitores se dan cita el día dos de julio de cada año (actualmente el primer domingo de este mismo mes) peregrinos, ofrecidos y gente curiosa de toda la comarca, en una romería muy poco convencional, que tiene más de milagrería o idolatría, que del puro hecho religioso o devocional. Y para ello no hay más que ver los abundantes exvotos que jalonan la pequeña ermita de la Virgen de las Tribulaciones y Paz Interior. Una talla que es sacada en procesión junto a las cruces y pendones, y a un pequeño San Miguel o San Miguelito, que con una mano sujeta la balanza de la justicia, mientras que con la otra alancea sin piedad al demonio, que se retuerce bajo la sobrenatural fuerza del arcangelillo justiciero.
Quizá la romería de La Torre fuera una procesión más del calendario nacional, tan pródigo en estas manifestaciones, casi tantas como núcleos humanos, si no fuera porque uno de los estandartes no es otro que el de la enérgica reina consorte Isabel de Farnesio, noble y elevadísima cofrade de origen parmesano, que matrimonió con Felipe V y parió al ilustrado Carlos III, que promovería obras públicas que poco tenían que ver con estos ritos cuya raíz se pierde en los albores del paganismo.
Y es que las mismas imágenes que nos escandalizan cuando en las procesiones rocieras se coge en volandas a los niños para pasarles bajo el manto de la virgen, se repiten -a menor escala- en este olvidado rincón de Castilla, a donde acuden (o acudían) los "ofrecidos" completamente descalzos, y algunos arrodillados como agradecimiento por el cumplimiento de una promesa; o donde se izan a los infantes para que la gracia protectora de la Virgen de las Tribulaciones les libre de enfermedades y aojamientos.
Los más devotos se agarran con fuerza a la carroza de la Virgen, mientras que otros esperan con paciencia su turno hasta el final de la romería para pasar por el manto de la Virgen los objetos más diversos: una flor, el bolso, un libro de texto, un ordenador portátil... lo más común es pasar una cartera con dinero, como si éste fuera a multiplicarse por la intercesión divina.
Al menos, la procesión anual atrae y anima por un día a paisanos y visitantes, que se toman un vermú en el cásico chamizo-cochera, mientras la orquesta interpreta pasodobles y los pícaros almendreros hacen sonar ruidosamente su bote con los dados cargados, "¡arriba que levanto!".
(Más información en mi libro "Arlanza Mágica y Embrujada")
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