Este blog nace en mayo de 2012 para hablar de viajes, rules y garbeos por cualquier lugar que alimente mi curiosidad; aunque lo centraré en las comarcas burgalesas del Arlanza y Odra-Pisuerga, he decidido iniciarlo con un pequeño recuerdo a Casa la Vega, lo que en casa denominábamos como 'la campa', pues ésa era su mejor definición, un espacio amplio en el que nos desfogábamos los baby-boomers del Gamonal de los 70-80. Hoy sólo quedan los recuerdos.
He ilustrado el texto con una foto de la casona de 1930, extraída de un libro de fotografías antiguas de Carlos Sainz Varona:


En la ciudad en crecimiento de los años setenta, no había parques. Los columpios eran una rareza exótica para los arrabales de una urbe por cuyas calles aún transitaba algún rebaño de ovejas. Las madres cogían por las tardes a sus proles de rodillas negras para dirigirse a la campa de Casa la Vega. Detrás de los bloques de viviendas descomunales de Gamonal, en la calle Centro (absurdo nombre para una calle) se ubicaban las casas bajas y las lecherías, el olor a heces vacunas recientes lo impregnaba todo, y el camino empedrado nos llevaba por naves agrícolas protegidas por alambre de espino y tapias coronadas de vidrios cortantes. En el modesto río Vena existía una pequeña presa donde los niños nos bañábamos felices. Más allá del río se encontraba la Casa de la Vega o Casa la Vega, un paraje rodeado aún en parte de una muralla con un vistoso escudo nobiliario, que recordaba que en ese mismo lugar había estado alojada la reina de Castilla, Juana la Loca, en 1506, con el séquito funerario de su esposo, Felipe el Hermoso. La robusta casona con sus dependencias, situada en medio de la finca, impresionaba desde la distancia, pero sus campas eran un lugar de recreo ideal para aquellos hijos del baby boom que se entretenían jugando al balón entre álamos y castaños de indias.
Al otro lado del polvoriento camino que subía a «los pozos», el terreno era pantanoso: charcas y algunos manantiales, en los que se abrevaban los infantes con cierta precaución, pues también lo hacían las bestias, como se ha referido, nada infrecuentes en aquella época. Buscábamos renacuajos y nos escondíamos entre las junqueras. La especulación inmobiliaria acabó con todo: ni un recuerdo, ni una placa, todo desapareció bajo la pala voraz de alguna retroexcavadora, y el escaso atino de los nuevos planes urbanísticos.

Comentarios

  1. Cuanto me alegro de que hayas abierto esta ventana blogosférica Jesús. Lo cierto es que me parecía raro que no hubieras caído en ello mucho antes.
    Cargada de nostalgia tu entrada, mis recuerdos me llevan a lugares parecidos de Palencia, la Capi, que fueron para mi lugares mágicos de juegos infantiles, hoy ya desaparecidos. La historia se repite en infinidad de sitios. Un abrazo.

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    1. Gracias Marce, a ver si cuelgo pronto algo de la zona de Aguilar. Da recuerdos a toda la parroquia

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